INDIGNACIÓN

Creo que una de las situaciones más terribles que puede atravesar una persona es ser acusado de algo que no cometió, ser culpado por los errores de otro y que no se le dé su legítimo derecho a la defensa, a la replica. Eso me pasó está semana en mi trabajo, me acusaron injustamente de algo que no había hecho, de algo que hizo otra persona que tiene nombre y apellido. Eso me descolocó, me dejó sin palabras, me provocó un terrible dolor… ¿Qué hacer? ¿Qué decir? ¿Qué pensar? Eran preguntas que se repetían una y otra vez en mi cabeza... ¿Tengo que asumir la culpa del accionar de otro, por un simple acto de compañerismo, por no exponerlo o mandarlo al frente y no ser “buchón”? Alguien que no asume su responsabilidad y que permite que otro cargué con la culpa de ello es un canalla, un cobarde que no tiene las agallas para hacerse cargo de lo que causo, que permite que un inocente pague su culpa. ¿Merece una persona así ser protegida? Esto es un planteo que se adentra en las cuestiones éticas, que amerita una profunda reflexión… A riesgo de ser considerado un “mal compañero” decidí hablar, contar mi versión, presentar las pruebas que demostraban que no tenía nada que ver con lo que se me acusaba… A mi jefe no le quedó otra más que pedirme disculpas de todas las maneras posibles; asumió haber actuado intespectivamente sin darme lugar a defenderme y reconoció el malestar que me había generado… Mi compañero, con su accionar, quedó expuesto como lo que verdaderamente es un vil… Uno puede equivocarse mucho en la vida, cometer todo tipo de errores, “meter la pata” mil veces; pero llegada cierta edad uno tiene que asumir la responsabilidad de las consecuencias que sus acciones tienen…