CUANDO SE ACABAN LOS HECHIZOS: Papeles rotos, vodka y cenizas

A los 17 años no aguanté más lo que estaba viviendo con Tomás… salí a buscar ayuda… Hablé con sus padres pero no me hicieron caso. Luego, con la psicóloga de mi colegio, ella me escuchó e inmediatamente se contactó con sus colegas de la escuela de Tomás, quienes visitaron a la familia, se entrevistaron con él y sugirieron un tratamiento psicológico urgente. Todo eso despertó una furia despiadada hacia mí.

Una noche me llamó para que nos encontrásemos en la plaza del barrio diciendo que quería hablar e, ingenuamente, fui a su encuentro creyendo que le había servido hablar con los profesionales. Sin embargo, ni bien llegué comenzó a empujarme, a insultarme, me acorraló contra una pared del cuello, me golpeó un par de veces en la cara haciendo que me sangrara la nariz y desapareció impávido entre las sombras de los árboles…

Allí me dí cuenta que solamente una persona inescrupulosa, manipuladora, violenta, insensible es capaz de pegarle a un amigo que se jugó de lleno por él, que estuvo sin importar, que ayudó sin pedir nada a cambio…

Volví a mi casa llorando, busqué todo lo que me recordaba a Tomás y procedí a deshacerme de ello. Romper cada soporte material de los recuerdos fue como ponerle un punto final a esa historia; en grandes letras blancas sobre un telón oscuro, estaba escribiendo FIN, como en las películas. La función se había acabado. Esa noche lo saque para siempre de mi corazón… Le tuve paciencia y tolerancia, le perdoné insultos, sobradas, desplantes, humillaciones… Todo… Pero no estaba dispuesto a perdonarle los golpes. Ese fue mi límite, hay quienes pueden frenar antes… Yo tuve que llegar al extremo.

Luego, metí todo en una bolsa de residuos, la rocié con Vodka y la encendí en el patio trasero de mi casa… Las llamas consumieron vorazmente aquella historia siniestra que me tocó vivir. Un alivió inmenso se apoderó de mi corazón. Me quedé observando hasta que el último papel se volvió ceniza. Cuando tan solo quedaron los recuerdos vagos, las palabras que faltaron decir, las imágenes confusas; en aquel preciso instante en que el fuego había puesto un punto final a la historia, esparcí las cenizas al viento, las aleje de mi vida para siempre.

Finalmente, el hechizo se había quebrado, ya no surtía efecto. He aquí el fin de toda magia. Cuando las escobas ya no vuelan, cuando un chasquido de dedos es insignificante, cuando las pociones son tan sólo mezclas… ese es el final de los embrujos. Abrupto, repentino, inesperado. Así funcionan los embrujos en los que nuestra mente se inmiscuye, con la puesta del sol o con su salida, con lágrimas o con palabras de odio, con un apretón de manos o con un golpe, así suelen acabarse….