LA CÓCTELERA DE LOS QUILOMBOS

Ayer por la noche mi familia discutió feo… pero bien feo como hacía tiempo no sucedía… Estas cosas son muy, pero muy comunes en las familias que no funcionan bien: lo más insignificante se magnifica de una manera excepcional… Todo por un espejo (y no el espejo mágico de la madrastra de Blancanieves precisamente)… por culpa de mi hermano de 23 años que tiene la maldita costumbre de llevarse el espejo del baño principal a su cuarto y no devolverlo ni siquiera cuando alguien se lo pide porque lo tiene que utilizar. Resulta que mi hermana de 17 tenía que ir a una fiesta necesitaba plancharse el pelo delante del único espejo grande que hay en mi casa y para su sorpresa no estaba colgado donde tenía que estar…

Así empezó... grito va… grito viene… Se hizo un tremendo efecto bola de nieve… y en cuestión de minutos era una riña de gallos… Menos bonito/a se dijeron de todo… practicaron la escala tonal completa con sus gritos y hasta inventaron un par de nuevos insultos…

En medio de una lluvia de ositos de peluche que tiraba por el aire mi hermanita que había recibido un reto por culpa del grandulón de mi hermano que se cree el príncipe de Mónaco, aturdido por la música que él había puesto a todo volumen, con mi madre que lloraba un rosario de lamentos “que así no se puede vivir”, “que no los aguanto más”, “que no me hacen caso”, “que esto no es vida” y con mi otra hermana que no tuvo mejor idea que ponerse a rezar como si fuera una monja de convento; no me quedó otra más que jugar al pacificador… tuve que cargar a cuestas con la inmadurez de todos y tratar de poner paños fríos al asunto… Estaba absortó, perplejo, en mitad de ese desfile de llantos escénicos dignos de un premio Oscar, reproches cargados de sufrimiento, insultos al 2x1, oraciones celestiales… y Superman (leáse YO) al rescate…

Entre tanto griterío me entero que mi padre falsificó documentos y firmas para poner la escritura de la casa en la que vivimos a nombre de mi hermano sin permiso ni autorización de mi madre… es decir, le robó la parte del bien ganancial que le correspondía legítimamente… ¡Lo único que me faltaba!

Detrás está la mente tramposa de la amante de mi padre, la que rescató de un burdel, con su peinado al estilo Marge Simpsom (excepto que tiene los pelos rojos como si en lugar de tintura usará pintura sintética), vestida con los mejores modelos de Animal Print (a veces de Cebra, a veces leopardo) y con sus tacos aguja en los que hace un equilibrio envidiable…

Y yo tratando de sobrevivir en ese mundo caótico, a toda esta locura, tratando de seguir adelante, de apaciguar ánimos… pero llegaron a hartarme de tal manera que les mandé sin anestesia este rollo: “Parece que todos son como la Enciclopedia Británica pero de los derechos, atribuciones, títulos de nobleza, privilegios… pero se olvidan que el único que paga la luz, el gas, la leña de la estufa, el teléfono, los impuestos, la cuenta del supermercado, el alimento del gato… el único que se ocupa de mantener el parque… quien arregla los caños que se rompen, la heladera y el lavarropas cuando dejan de funcionar, las lámparas cuando se queman, las cerraduras cuando se traban o la cloaca cuando se tapa…
Parece que de todos soy el único que tiene obligaciones… de pagar, de ayudarlos, de comprenderlos… de tirar de la carroza de carnaval en la que montan su show por cuestiones de lo más triviales… De eso no se habla, se da por hecho… El único que tiene que lidiar calladito con todo soy yo… pues estoy bastante cansado también y sin embargo nunca me quejo… nunca les ando diciendo nada… y, sin embargo, soy el que siempre lleva las de perder, el que paga los platos rotos y limpia la mugre de la fiesta de otros… ¡Basta! “

Silencio sepulcral… Pasó el huracán… Entonces, me encerré en mi cuarto, agotado de tanta discusión en vano, preguntándome si tal vez en mi otra vida fui un déspota, Jack el destripador o un príncipe maquiavélico para merecer ésta familia de locos… pues esto no es un hogar ni una familia… es una cóctelera de quilombos!