CON EL DEMONIO EN SUS ENTRAÑAS

Para comprender la realidad de muchas relaciones es necesario remontarse al pasado, a sus orígenes.

Tomás y yo nos conocimos de casualidad, en una parada de colectivos que compartíamos todos los mediodías a la salida del colegio. Me llamaba la atención como el resto de sus compañeros lo rechazaban. Él les hablaba y ellos parecían no escucharlo o estar atentos a lo que otros decían o hacían, apenas lo miraban. Tomás sobraba, pero parecía anhelar fervientemente ser parte de aquel grupo. Esta situación me despertaba muchísima lastima. Cada día que me lo encontraba veía repetirse una y otra vez aquella escena, pensaba en el dolor interno de aquel muchachito. Por ese entonces, teníamos 14 años. De pequeño había sido un chico excluido por el resto, los niños suelen encontrar razones para burlarse de otros donde parece no haberlas, y sentí el deseo de colaborar con aquel que vivía una situación similar. Si sabes de qué se tratan ciertos dolores, puedes querer que otros no pasen por ellos o, todo lo contrario, que lo sientan tal como lo has sentido. Yo prefería la primera opción.

Un día empezamos a hablar, de a poco la confianza fue naciendo y comencé a notar ciertos comportamientos o actitudes extrañas: solía grabarse su nombre o la palabra “mamá” en su brazo con cualquier objeto cortarte, quemarse con cigarros o golpear paredes o puertas lastimándose los puños.

Luego de unas semanas, se mostraba raro en mi presencia: le hablaba y no me miraba, no me dirigía la palabra y buscaba otras personas con quién dialogar. Yo estaba a su lado, pero para él, por días enteros, dejaba de existir. A veces notaba un odio infernal que tenía hacia mí. Creí que era necesario entenderlo, darle tiempo y, así lo hice. Creí que necesitaba un amigo que le demuestre que era importante, que se quede pese a todo lo malo que pudiera hacer; quería demostrarle que era incondicional. Si crees en la amistad, estás dispuesto a jugarte entero por ella. Era joven e iluso, tenía 14 años y a esa edad crees que el mundo se puede cambiar con la fuerza del amor, la verdad y la sinceridad. No hice caso a nada de lo que me decían, todos notaban algo extraño en él, algo cruel y yo simplemente veía a un jovencito molido por una infancia dolorosa. Estaba ciego, nunca quise ver el aura maligna que lo envolvía, ni la furia que emanaba de sus ojos, ni su comportamiento despectivo. Consideraba que actuaba así porque había sido maltratado física y psicológicamente en su infancia por su padre (quien lo golpeaba con cinturones, palos de madera, lo insultaba verbalmente y lo sometía a todo tipo de vejámenes) A veces, si todas las personas que te rodean te hacen sentir una basura, terminas creyendo que realmente eres una basura. Todas las personas que conocían a Tomás decían que era “malo”, “perverso”; yo veía en él a un niño que había sufrido, que tenía excesivos golpes y que solamente requería un poquito de atención y amor. Quería sanar sus heridas. Sin embargo, no alcanzó; un personaje como yo había entrado muy avanzada la película y ya no servía de nada. Tomás estaba lleno de odio y rabia contenida.

Y sospechando… investigando… atando cabos y uniendo piezas sueltas descubrí aspectos muy oscuros de su personalidad: le gustaba hacer sufrir animales (gatos o perros pequeños) arrojándoles piedras o, incluso, torturarlos hasta matarlos… hasta tenía un pequeño cementerio en el patio de su casa donde acumulaba los cadáveres… se dedicaba a robarle objetos o dinero a sus amigos… seducía chicas para tener relaciones con ellas y humillarlas… era sumamente violento con sus compañeros de escuela, de hecho casi deja ciego a uno de tantos golpes que le dio y casi mata a su psicóloga haciéndola caer por las escaleras… Pero siempre tenía la excusa perfecta, mostraba su rostro de ángel y sollozaba que el mundo estaba en su contra y que nadie lo quería… era sumamente hábil para el engaño y la mentira…

Me estaba aventurando en un camino desconocido, plagado de obstáculos y dificultades; me interné en un bosque oscuro y demoníaco, laberíntico, en el que me fui perdiendo. Por amistad, por ayudar a otro, me deje de lado; preferí curar sus heridas y desconsiderar las que me estaba haciendo a mí mismo… Tarde casi 7 años en descubrir de lo que era capaz Tomás… en darme cuenta que ni todo el amor del mundo podía sanar su alma herida… que nada iba a cambiar la maldad que llevaba en sus entrañas, ese demonio que gobernaba sus actos…